
Nochvemo
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feb. 18, 2025
La hermana gemela de Muriel (una Cathy Ménard verdaderamente sexi) se acaba de quitar la vida, y en el funeral recibe una carta suya en la que le expresa las razones por las que ella eligió una vida depravada como medio para distinguirse y distanciarse del decoro impuesto por los entornos más cómodos. Sandra le ha dejado a Muriel la llave de su apartamento y, por lo tanto, la oportunidad de aventurarse en su mundo salvaje asumiendo la identidad de su hermana. La facilidad con la que Muriel acepta esta oferta, desde el principio, parece un paradigma de la visión cínica de Kikoïne sobre la humanidad y su falso sentido de la dignidad. Aunque Muriel se supone una mujer virtuosa, enseguida se adapta a una auténtica galería de personajes deshonestos, a cada cual más sórdido, empezando por el tartamudo y tacaño conserje, que exige el pago del alquiler pendiente en “especies”.
Gérard Kikoïne siempre se sintió más cómodo explorando el lado oscuro de la sexualidad humana y los, a menudo, extremos a los que estaban dispuestos a llegar para mantener una apariencia superficial de respetabilidad, en una sociedad profundamente hipócrita. La acomodada clase media, hábitat natural de su colega cineasta en Alpha France, Claude Bernard-Aubert (AKA Burd Tranbaree), resultó ser su blanco predilecto, convirtiéndolo en una especie de saga sexual. Kikoïne se esmeró aquí en representar el sexo como algo grotesco, una fuerza impulsora irresistible que reduce a los personajes a caricaturas. Adoptando una posición superior como narrador de esta farsa de debilidades humanas, este enfoque se ve enfatizado por el espectacular trabajo de cámara de Gérard Loubeau, que prioriza el efecto de distanciamiento de los planos generales y la distorsión del gran angular. Uno de los mejores del cine de fornicación.